Magdalena Fernández Lemos, nuestra Directora Ejecutiva de Enseñá Por Argentina, hace un análisis sobre los resultados de la evaluación de calidad educativa realizada por la UNESCO y reflexiona sobre el objetivo principal de las evaluaciones.
Coincidentemente con el fin de año y el comienzo de uno nuevo, entendido colectivamente como espacio de introspección para pensar en lo que pasó, lo que atesoramos, lo que deseamos dejar ir y lo que queremos construir, propongo reflexionar sobre las herramientas de evaluación de las que disponemos para el ámbito educativo.
educativa realizada por la Unesco para América Latina. Como suele suceder, la noticia
atrajo el interés mediático y social que, salvo contadas ocasiones, suele mantenerse al
margen de la compleja realidad educativa.
Los datos que arrojó el estudio fueron presentados en tono de catástrofe. Por supuesto, no
es para menos: Argentina empeoró su rendimiento respecto de la última medición realizada
en 2013, no solamente en relación a sí misma sino también en comparación con los otros
países de la región. Los resultados funcionaron como carne de cañón para seguir
alimentando la artillería discursiva de la grieta política que prefiere seguir buscando
culpables en lugar de soluciones.
Pero el objetivo principal de las evaluaciones es mejorar el aprendizaje. Los números
obtenidos no son valiosos por sí mismos, su utilidad radica en el modo en que nos permiten
acercarnos a un diagnóstico y diseñar estrategias a futuro.
Hablar de evaluación en la escuela lleva inevitablemente a una asociación con la instancia
de calificación: lo único que importa es saber dónde estamos en esa escala que va del 1 al
10, que alguien nos diga qué número somos y, sobre todo, si ese dígito nos alcanza o no
para aprobar. Es un paradigma de éxito o fracaso propio del modelo educativo heredado de
la sociedad industrial, una construcción que lleva más de un siglo ordenando a todas y
todos los estudiantes de la misma manera, iguales ante la ley y ante el aprendizaje. Hasta
que llega el momento de evaluación y calificación, que permite realizar una discriminación
entre esa masa aparentemente homogénea y distinguir dos grupos bien diferenciados: los
que saben y los que no.
Si nos concentramos en los efectos que estos criterios ordenadores tienen sobre quienes
están siendo evaluados surgen dos conceptos interrelacionados. Por un lado, la noción de
ajenidad: las y los estudiantes no se sienten partícipes de su proceso de evaluación. Por
otro lado y como consecuencia de la anterior, la idea de causalidad externa: el resultado
depende del azar, de la suerte, de que me toque el tema difícil o el que justo había leído
antes de rendir.
La cultura del examen puede ser reemplazada entonces por una cultura de la evaluación,
entendiendo que no hay una única forma ni momento de evaluar, que evaluar no es sinónimo de calificación y, fundamentalmente, que calificación no siempre es sinónimo de saber.
De esta manera, lo más importante es preguntarnos ¿para qué queremos evaluar? El
objetivo de la evaluación debe ser siempre el aprendizaje, y eso abre un abanico de
posibilidades y estrategias que trascienden ampliamente al momento del examen tradicional
para dar lugar al intercambio, crecimiento y desarrollo de cada individuo.
Algunas pistas para empezar a hacerlo: diversificar instrumentos de evaluación (la única
manera de evaluar no es con exámenes tradicionales, de hecho cuánta más variedad
tengamos en las actividades que propongamos, mejor); favorecer procesos de
metacognición (¿qué estoy aprendiendo? ¿cómo estoy aprendiéndolo?); ofrecer
retroalimentación formativa (es decir, aquella que sirve para fortalecer y potenciar el
proceso de aprendizaje); promover la autoevaluación y la evaluación entre pares (¿cómo
me evalúo? ¿cómo evaluó a mis compañeros?); asociar a los estudiantes en la definición de
criterios (criterios claros y conocidos, en el mejor de los casos, co-construidos).
El desafío es trabajar desde la evaluación formativa y al mismo tiempo certificar
aprendizajes, sin sacrificar la primera en favor de la segunda. A modo de balance de fin de
año, vale recordar que todavía estamos muy lejos de modificar completamente el paradigma
instalado, pero la buena noticia es que con empezar a pensarlo ya estamos avanzando.
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